Contrariamente a identificar la globalización como un fenómeno, sostenemos que se trata de un proceso amplio y complejo, liderado por el sector privado, que implica cambios en el sistema de las relaciones entre países, hacia modelos transnacionales de los que desconocemos su alcance final, pero cuya evolución, puede predefinirse como consecuencia de la homogeneización de los modelos de consumo y la pérdida relativa de las identidades y soberanías nacionales.
Este proceso es alimentado por la interacción que deriva, ceteris paribus, de la expansión de los mercados de capital, el comercio, la inversión externa directa y la tecnología, que asume, en este contexto, un efecto vigorizador mediante sistemas de información donde los multimedios, contribuyen a la manipulación y al dominio de los espacios nacionales.
Krugman sostiene, respecto de la globalización: “es una presunción de finales del siglo XX creer que hayamos inventado la economía global. Leemos historias de Boeing batiéndose con Airbus, inversores japoneses comprando propiedades inmobiliarias en New York, BMW abriendo una planta en Carolina del Sur, o los mercados de acciones mundiales temblando por las noticias procedentes de Europa, e imaginamos que vivimos en una aldea global sin precedentes. Hace un siglo, los empaquetadores de carne de Chicago estaban agudamente alertas respecto de sus competidores de Nueva Zelanda. Las vías del tren, que convergían en la ciudad transportando carne y trigo destinados a los mercados europeos, eran compradas en gran medida con capital europeo. De hecho, en vísperas de la primera guerra mundial, las inversiones de Gran Bretaña en el extranjero fueron superiores a su propio stock de capital interior, un récord al que ningún país importante se ha acercado desde entonces”.
Si bien se coincide con las apreciaciones de Krugman, en el sentido de que “no se trata de un proceso reciente, existen características que originan, nuevas relaciones, formas de articulación específicas y grados de cohesión particular, cuyos resultados difieren según naciones, regiones o sectores, imprimiéndole al proceso, rasgos y especificidades diferentes".
A nuestro juicio, se trata de un proceso que acumula mecanismos tradicionales de expansión con características nuevas, donde la tecnología, interviene como elemento dinamizador por excelencia siendo múltiples las causas que lo originan, como también, las dimensiones que abarca.
Es decir, que en su causalidad múltiple, como en sus consecuencias, este proceso “actúa en conexión con los sistemas físicos, culturales y biológicos en dimensión global”, en el sentido que ya Boulding refería.
Podríamos afirmar que se trata de un proceso cuya intensificación y extensión tienen que ver, no sólo con la intensidad de los flujos, sino con manifestaciones cualitativas de singular impacto en los espacios nacionales.
El proceso de globalización origina nuevas relaciones y efectos que transitan una multiplicidad de campos, económicos, tecnológicos, ambientales, sociales y culturales, recreando doctrinas hegemónicas donde, el fundamentalismo del mercado, se instala erigiendo principios de “competitividad extrema”, desechando regiones, sectores sociales y productivos, cuestión que Krugman, dilucida en su análisis de competencia necia, mediante lo que denomina negligencia aritmética, tema que retoman las nuevas teorías del comercio internacional.
Cuando los estados resignan actuar en favor de la totalidad de sus clases sociales, de la totalidad de sus sectores productivos nacionales, excluyen la posibilidad de rediseñar un modelo inclusivo y renuncian a la responsabilidad de concretar los principios de libertad, que permitan revertir la relación interior/exterior, rechazando asumir compromisos de desarrollo.
Como señala Amin, no se trata de reemplazar las formas de democracia por el “populismo”, sino de incorporar categorías nuevas de análisis recuperando la función del estado como custodio de los derechos específicos.
Según Sunkel la globalización, se expresa, tanto en una dimensión extensiva, incorporando nuevos espacios a la economía de mercado como en una dimensión intensiva, que no resulta tan obvia y se manifiesta siguiendo una penetración en lo económico, social y cultural. Es decir, se trata de una impregnación mercantilista, e individualista, expresada en formas de conducta y pérdidas de valores donde se imponen, por sobre toda otra consideración, los comportamientos maximizadores de utilidad, en el pleno sentido de la racionalidad capitalista, donde se comprueba que, simultáneamente se crean, como lo expresaba Schumpeter, nuevas oleadas de innovación desplazando a las tradicionales, marginando sectores y excluyendo de la agenda estatal, a las áreas territoriales que, por razones diferentes, no resultan funcionales al modelo de acumulación vigente.
El proceso de globalización resulta ser de una intensidad tal que, mediante los medios de comunicación audiovisuales, provoca una especie de inclusión virtual, utopía que afecta a gran parte de la población que estará sometida al deseo e impedida al acceso, provocando “efectos desgarradores y desequilibrantes” como lo venimos comprobando.
La racionalidad económica, fortalecida y puesta de manifiesto en cada una de las prácticas que expande la globalización, basa su lógica en la maximización de la producción, el consumo y, en la concentración de la riqueza, sin considerar lo que Pearce, califica como principio de finitud.
Tampoco se advierte, bajo el modelo dominante, que en el escenario se suceden situaciones extremas de pobreza y riqueza que amenazan la perdurabilidad coevolutiva de los sistemas ambientales y humanos.
Un niño rico de países industriales, agrega al consumo y a la contaminación a lo largo de su vida, el equivalente a 30 niños de países en desarrollo. La contracara de la pobreza, encuentra en el consumismo, a los responsables del agotamiento de los recursos no renovables, la contaminación por emisión de dióxido de carbono y la generación de desechos que superan la capacidad de absorción del planeta.
Desde el punto de vista del desarrollo, los polos opuestos de la sociedad de mercado, el consumismo y la pobreza, resultan incompatibles para la sostenibilidad.
La persistencia de una racionalidad encaminada a dar respuesta al interés individual, conlleva a la apropiación de los beneficios y a la externalidad de los costos, ecuación comprobable cuando se analizan los diferentes procesos de producción.
El modelo prevaleciente y la creación de bienes superfluos, soslaya la intercausalidad de las relaciones, producción-naturaleza-consumo y, bajo la premisa de incrementar las tasas de ganancia, produce desajustes en los ritmos de extracción explotación, originando una dinámica acumulativa con resultados adversos al ambiente traducidos en, agotamiento progresivo de los recursos bióticos, empobecimiento de los suelos, contaminación y, consecuentemente, deterioro de la calidad de vida.
Asistimos a una globalidad de carácter ambiental que, a igual que la que la globalización que la nutre y expande, necesita una reingeniería global y glocal como lo determina la Agenda 21.
Necesitamos asumir una concepción superadora de aquella visión que postulaba al hombre centro de la naturaleza para asumir, la que, vinculada a nuevos paradigmas, postula al hombre como el más responsable de ella.